Hace años, un alumno de 12 años me preguntó qué era eso de llegar alto en la vida. Al parecer, un compañero suyo había querido saber a qué pretendía dedicarse cuando fuera mayor, a lo que le contestó que la cosa que más le apasionaba era dibujar (francamente se la da bien, doy fe). Por lo visto, dicho compañero, al instante, le contestó que quería llegar mucho más alto: anhelaba ser político, ingeniero o abogado.
Al futuro dibujante me lo encontré un tanto compungido en los pasillos del colegio, y enseguida comencé a interesarme por lo que le ocurría.
Como casi siempre, los alumnos me dejan verdaderamente sorprendido (a los maestros en la universidad nunca nos prepararon, ni les preparan ahora, por desgracia, para estas cosas).
La verdad es que sobre esto se podría escribir un libro muy grueso teniendo en cuenta diferentes perspectivas: psicológicas, antropológicas, sociológicas, pedagógicas, filosóficas, históricas... Pero la situación exigía dar unas cuantas explicaciones más o menos sencillas (más o menos). Aquí únicamente me centraré en el ámbito laboral, ya que, al menos, hay otro: el personal o íntimo, que trataré en otros artículos.
En nuestra sociedad (occidental, capitalista, consumista, patriarcal, estratificada...) lo que es y lo que conlleva el llegar alto en la vida viene determinado, entre otros muchos factores, por la propia sociedad que a su vez se ve tremendamente influenciada por las clases dirigentes. Si éstas deciden o inculcan que lo verdaderamente elevado es ser, entre otras profesiones, abogado, economista, médico o ingeniero, realmente se tendrán muy en cuenta estos oficios: se convertirán en importantes, elevados y con mucho prestigio dentro de la colectividad. Obviamente no les quito importancia, en absoluto, a abogados, economistas, médicos o ingenieros. Son necesarios.
Lo de llegar alto en la vida ya nos indica, de alguna u otra forma, que alguien está por encima, en la cima, en la cúspide, en lo más alto. Esto es, precisamente, lo que ocurre en nuestra sociedad, que está configurada de forma piramidal, fuertemente jerarquizada, donde unos pocos dirigen y, en ocasiones, fiscalizan de forma muy poco ética a los de abajo. Dicho esto, no creo mucho en toda esta jerarquía. Sé que es la configuración social que habita entre nosotros, y cambiarla es muy difícil, aunque no imposible. Considero que es mucho mejor la horizontalidad (apoyo mutuo, solidaridad, altruismo y colaboración entre iguales) que la verticalidad (los de arriba, que son pocos, tienen casi todo el poder y manejan, a veces con demasiada firmeza, a los de abajo).
Es importante decir que también van a influir en lo que pensemos sobre qué es llegar alto en la vida la percepción que tengamos sobre lo útil (y necesaria) o no de la profesión en cuestión, nuestros gustos personales, nuestra vocación, las influencias de la familia, la clase social a la que pertenezcamos, los amigos y la escuela, lo que nos transmiten los medios de comunicación, la política, el dinero que podamos obtener dedicándonos a un trabajo determinado, cuánto nos vayan a reconocer...
No es lo mismo ser alguien en la vida en Estados Unidos que en una perdida tribu de la selva amazónica. Ya, pero, alguien podría decir que los EE. UU. están muchísimo más "avanzados" que una "primitiva" tribu del Amazonas. Simplemente me remito a un escrito mío de este blog titulado ¿Existe una cultura superior a las otras? Pero centrémonos en España. Aquí, parece ser que, para muchos, haber llegado a lo más alto es haber conseguido dinero, un cierto (o mucho) prestigio social, propiedades (coches de gama alta, casas, viajes de lujo, comida cara...), tengan o no estudios reglados (con esto último, aquí ya entraríamos en otra vía de discusión: la de la preparación académica). Por suerte, no todos tienen la misma opinión. Existen otras perspectivas muy distintas a la dominante.
Es evidente que el ser humano necesita de una vivienda digna, de comida, de vestimenta... Pero de ahí a pensar que es necesario poseer todo tipo de cosas materiales, muchas de ellas superfluas, hay un trecho bastante grande.
Para otras personas, ser alguien en la vida es, simplemente, que los conozcan, que los reconozcan, ser famosos. O sea, gentes que necesitan de la adulación y del reconocimiento casi constante de los otros. Aquí podríamos entrar en el ámbito de la psicología y la psiquiatría, lo que nos llevaría a escribir un montón de páginas, incluso libros.
Es obvio que en lo de llegar a ser alguien en la vida también influyen nuestras percepciones internas, nuestros anhelos y nuestras realizaciones personales. Esto es clave, pues aunque para la sociedad en su conjunto un determinado oficio no sea muy elevado, para una persona dicho oficio puede ser lo más gratificante del mundo y lo que más le realice.
En fin, a lo que iba. Realmente, ¿qué es llegar alto en la vida? A mi preocupado alumno le contesté que llegar alto en la vida, en el fondo, es un pequeña gran trampa que nos pone la sociedad en la que estamos inmersos para dividirnos, clasificarnos, separarnos, controlarnos, enajenarnos y, en multitud de ocasiones, frustrarnos de un modo u otro. Lo de llegar alto en la vida significa necesariamente que otros no llegan tan alto; así de sencillo. Y aquí es donde quería llegar. Es conveniente, según el mensaje que nos llega de nuestra propia sociedad, que unos hombres y mujeres guíen al resto de las personas, que son la gran mayoría.
¿Acaso no ha llegado alto en la vida el alfarero que ha querido dedicarse voluntariamente al noble oficio de la alfarería? ¿Acaso no ha llegado alto el médico rural que siempre soñó con ser eso? ¿Acaso no ha llegado alto el pastor que desde niño siempre quiso estar con animales? ¿Acaso no ha llegado alto el agricultor al que siempre le gustó la idea de labrar y cuidar la tierra? Bien es cierto que en todo esto influye notablemente el que a la persona le apasione o no su profesión (esto nos daría para escribir más y más páginas, claro).
También se suele decir, por ejemplo, que un gran intérprete de música, pongamos por caso a un violinista (podría ser cualquier otro ejecutante y también cualquier otro artista: una actriz, un escultor, un bailarín...), ha llegado alto en la vida por tocar de forma magistral, por haber alcanzado la perfección, por lo sublime de sus interpretaciones, por lo enormemente difícil que es llegar a ese nivel musical como instrumentista (soy gran amante de la música, sea clásica, jazz, pop, rock, folk, etc). Pero no es menos cierto que el buen agricultor, el buen alfarero o el buen médico rural no son, en absoluto, menos que un buen violinista de mucho prestigio. Todo esto es sólo cuestión de posicionamientos de discusión, de cambio de paradigma a la hora de valorar.
Es habitual escuchar que algunas personas, para ejercer determinadas profesiones, necesitan de una gran preparación intelectual (estudios reglados, algunos de éstos muy costosos de superar), y esto hace que se valoren dichas profesiones. Así pues, estaría más que justificado encumbrar estas actividades laborales, ¿no? Esto no lo niego, por supuesto; estoy muy de acuerdo con esta visión. Valoro extraordinariamente a las personas que se preparan académicamente empleando muchísimo tiempo y esfuerzo: valoro mucho al buen maestro, al buen médico, al buen enfermero, al buen escritor, al buen arquitecto, al buen ingeniero, al buen historiador, al buen investigador, al buen periodista, al buen psicólogo... Pero ¿el esfuerzo tan grande que ha de realizar un agricultor, acompañado de una colosal dedicación, para que su cosecha llegue a buen puerto, además de unas elevadas dosis de sapiencia, no son aspectos suficientes para valorar en grado sumo a este profesional? Pues sí. Hay que apreciar y estimar enormemente lo que otros trabajadores ofrecen a la sociedad, pues es igualmente significativo y valioso para ésta. ¿Nos podríamos imaginar en la actualidad una sociedad en la que nadie cultivara la tierra? Lo mismo se podría decir de un pastor, un ganadero, un carpintero, un alfarero o un albañil. La cuestión siempre radica en quién o quiénes deciden lo que es o no elevado, la profesión que ha de tener prestigio y la que no. En esto influye mucho el que, habitualmente, las ocupaciones que son más intelectuales suelen ser más valoradas que las menos intelectuales (más físicas); pero, para explicar esta cuestión con más detenimiento, tendríamos que escribir casi una enciclopedia entera, y no es el caso.
Los que están arriba, en ocasiones, no son los más preparados en cuanto a estudios académicos reglados o no, y los que están abajo, en algunos casos, están mejor formados. Más que tratarse de quién posee más estudios, todo apunta a que estamos ante un juego de equilibrios entre los diferentes estratos sociales. Por tener más carreras universitarias, másteres o doctorados no se es necesariamente más sabio o culto, en absoluto, aunque esto pueda ayudar bastante, claro.
Los que están arriba, en ocasiones, no son los más preparados en cuanto a estudios académicos reglados o no, y los que están abajo, en algunos casos, están mejor formados. Más que tratarse de quién posee más estudios, todo apunta a que estamos ante un juego de equilibrios entre los diferentes estratos sociales. Por tener más carreras universitarias, másteres o doctorados no se es necesariamente más sabio o culto, en absoluto, aunque esto pueda ayudar bastante, claro.
(Habría que decir que no es lo mismo poseer estudios reglados universitarios perteneciendo a una clase social modesta que a una alta, pues las posibilidades de emplearse y de llegar a ser "alguien en la vida" son mucho más elevadas si uno forma parte de las élites; esto es bastante obvio.)
Lo de llegar a ser alguien en la vida es una cuestión subjetiva, sociohistórica y siempre directamente relacionada con la sociedad en la que nos desenvolvemos y con la clase social preponderante.
En una sociedad tendente a la horizontalidad y no a la jerarquización el llegar alto en la vida carecería de sentido o, probablemente, tendría otro muy distinto.
En una sociedad tendente a la horizontalidad y no a la jerarquización el llegar alto en la vida carecería de sentido o, probablemente, tendría otro muy distinto.
Y a mi alumno acabé diciéndole:
- Querido alumno, si realmente te gusta ser dibujante, adelante, sé dibujante. Esa profesión no es menos, en absoluto, que otras que son consideradas más elevadas. Si te lo propones, vivirás del dibujo, de la caricatura o del cómic directa o indirectamente. No te voy a negar que es importante lo que se diga en la sociedad sobre una determinada profesión, ya que, inevitablemente, nos va a influir de alguna u otra forma, a unos más y a otros menos. Pero mucho más importante es el que a ti te guste y te realice esa profesión.
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