viernes, 25 de enero de 2013

¿Existe una cultura superior a las otras?

     


¿Bach o Dizzy Gillespie? ¿Ciudadano Kane o El guateque? ¿La música clásica o el pop-rock? ¿Las esculturas de Rodin o las de Nandimba (pueblo de Mozambique con escultores macondes)? ¿Cervantes o Ken Follett?

   "No hace mucho leí una transcripción de un diálogo televisivo sobre el concepto de cultura, entre Mario Vargas Llosa y Gilles Lipovestky, un científico social.
  Para comentar a satisfacción ese cacareado diálogo, se necesitaría escribir un libro. Aquí me limitaré a desenmascarar las principales falacias de las teorías de Vargas Llosa sobre la cultura. Quizá en otra ocasión abordaré la inconsistencia mercantilista de Lipovestky.
  Ambos escritores evidencian un desconocimiento o menosprecio total del cambio profundo y universal que ha vivido el concepto de cultura en las últimas 3 décadas. Ignoran o menosprecian las trascendentales declaraciones y convenciones, aprobadas por los 194 estados miembros de la UNESCO, en los últimos 30 años, redefiniendo los nuevos conceptos de cultura, diversidad cultural, patrimonio y creatividad culturales. Estos consensos universales son el polo opuesto a las tesis de los “dialogantes”, quienes seguro ignoran que estas convenciones fueron ratificadas por los parlamentos de sus propios países.
  En cualquier diálogo sobre los derechos humanos, es impensable que se ignore el consenso universal de la Carta de los Derechos Humanos y se le reemplace por una caprichosa y “nostálgica visión personal” . Eso es lo que han hecho estos señores al dialogar sobre cultura.

  En su último libro "La Civilización del Espectáculo" (tema del cacareado diálogo), Vargas Llosa define “su” cultura desde el paradigma “civilización y barbarie” que legitimó los colonialismos y modelos esclavistas de hace unos siglos. Para esta tesis, era culto el conquistador, el triunfador y eran bárbaros los sometidos, los conquistados. Vargas Llosa define sin ningún pudor cuál es la “alta cultura” herida de muerte, según él, por la “civilización del espectáculo”-dejo para otro día su confusión entre cultura y civilización-: “…lo que entendíamos por “cultura” cuando yo era joven ha ido transformándose en algo muy diferente a lo largo de mi vida hasta convertirse en la actualidad en algo esencialmente distinto de lo que entendíamos por “cultura” en los años cincuenta, sesenta y setenta”, nos dice. En su libro precisa que para él la cultura se limita a Góngora, Joyce, Cervantes, Bach, Beethoven, la ópera... ¿Y el resto?, le preguntamos. Pues, se archiva en la gaveta de la “barbarie”.
  Vargas Llosa, buen novelista y pésimo ensayista, ignora que incluso los estados que impusieron esta triste tesis de “civilización y barbarie”, en siglos pasados, han luchado vigorosamente, en las últimas décadas, en los foros de Naciones Unidas, en pro de la aprobación de trascendentales declaraciones y convenciones internacionales tales como la Convención para la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales (octubre 2005) y la Convención Internacional para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial (octubre 2003), entre muchas otras.
  Para la mente de Vargas es incomprensible e inaceptable que expresiones culturales, que en su mente se ubican el baúl de la “barbarie” y no de su “alta cultura”, tales como nuestro Güegüence y la Lengua, Música y Danza Garífunas, hayan sido proclamadas recientemente por la UNESCO (con la aprobación de sus 194 estados miembros) Patrimonio Cultural de la Humanidad.
  Dónde ubicarían los pomposos dialogantes estas expresiones del Patrimonio Cultural de la Humanidad. ¿En la “alta cultura”, cuya muerte llora Vargas Llosa, o en la “civilización del espectáculo”, que ambos aceptan como la verdadera cultura de hoy?
  Ameritaría recomendar a ambos señores la lectura de un documento tan significativo como la Estrategia de Cultura y Desarrollo de la Cooperación Española (ACECI) que afirma «La cultura se define, no ya como una dimensión accesoria del desarrollo, ni como un elemento de nostalgia histórica o solamente de identidad, sino como el tejido mismo de la sociedad y como fuerza interna para su desarrollo.» «Quizás el gran esfuerzo que se reclama es la necesidad de una mayor concreción de las potencialidades de la cultura como motor de desarrollo” o la frase de la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural :“...la diversidad cultural es, para el género humano, tan necesaria como la diversidad biológica para los organismos vivos.”  " 


  El texto anterior  apareció en una publicación digital hace unas semanas, y es del nicaragüense José Lacayo Parajón (sociólogo, diplomático, especialista en cultura y desarrollo y exdirector de Cultura de la UNESCO para América Latina y el Caribe).



  Con lo escrito por José Lacayo Parajón, y también de textos que he estudiado y leído de otros sociólogos y antropólogos sociales,  podemos ver (o al menos intuir) que no existe una cultura superior a otra; no existe un cultura más elevada o erudita que otra. Por lo tanto no sería superior lo compuesto por Bach, que por supuesto nadie discute que es un excepcional y soberbio creador, que lo compuesto o interpretado, por ejemplo, por Dizzy Gillespie (extraordinario trompetista y compositor de jazz; creador del Bebop junto con el saxofonista Charlie Parker). Esto mismo se puede aplicar a la literatura, a la escultura, a la danza, al canto, al teatro, etc.  


  Cuando digo que Bach no es superior a Gillespie quiero decir que desde el punto de vista del hecho cultural que se deriva del genio alemán no es mejor que el que emana del jazzista norteamericano. Las dos expresiones musicales son igualmente válidas, y una no está por encima de la otra. Pero, claro, desde la óptica de la musicología, la complejidad y la elaboración de las obras de Bach es enorme, colosal, inmensa, cósmica; gran maestro del contrapunto y otras mil cosas, por supuesto. Pero esto no significa necesariamente que este creador sea mejor que el trompetista de Carolina del Sur, pues ambos son manifestaciones de la diversidad cultural musical del mundo. 

  Así pues, desde la visión que se tiene en la antropología y en la sociología se podría decir, perfectamente, que las obras de Bach son de mayor complejidad, elaboración y sistematización que lo creado o interpretado por Dizzy, pero no necesariamente mejor. Simplemente, son exteriorizaciones distintas del hecho musical.

  Siguiendo con la música,  alguien podría decir que la llamada "música popular moderna" (pop, rock, folk, etc.)  tiene un uso básicamente utilitarista y que por esto no es tan elevada como podría ser la llamada "culta", pero no es menos cierto que ésta no está  tampoco exenta de ese uso social  (ver los diferentes anuncios publicitarios y bandas sonoras de películas en los se intenta acercar este tipo de música a la inmensa mayoría de los ciudadanos). El jazz, por ejemplo, en sus inicios era una música considerada "ligera", pero últimamente la mayoría de los musicólogos  y antropólogos sociales ya le han quitado esta etiqueta. 

   Las comparaciones, por llamarlo de alguna forma, se pueden realizar tanto dentro de una misma cultura, intracultural (la occidental, la oriental, etc.) como entre culturas diferentes, intercultural
   Podríamos intentar parangonar películas como Ciudadano Kane y El guateque: ¿qué film es mejor? Muchos de los buenos críticos de cine dirán que, sin duda alguna, la primera película es excepcional; y así es. Pero, desde un punto de vista de la variedad cultural cinematográfica ambos filmes son plenamente válidos, cada uno dentro de su ámbito y de su concepción del mundo.

   Según el sociólogo y musicólogo Christopher Small  (1989): “La música con mayúsculas, identificada con la música culta, erudita clásica, occidental, debe ser considerada como una más de las músicas que pueblan el mundo. Esto ocasiona  que sus sonidos, modos de puesta en escena (el concierto burgués), pensamientos, comportamientos y conceptos de los protagonistas de esta práctica musical (compositores, intérpretes, público…) sean desmitificados como universales.” 

  Y, efectivamente,  no hay tal universalidad, no hay una música superior a otra desde un punto de vista antropológico y sociológico;  como no hay un tipo de baile superior a otro ni una clase de  escultura superior a otra.


  A lo largo de los siglos, nuestro etnocentrismo, pensar que lo nuestro (nuestra cultura) era la mejor,  no nos ha dejado ver otras realidades.


  Si nos fijamos ahora en la literatura, ¿podemos llegar a pensar que sólo son buenos escritores, entre otros, Cervantes, Joyce, Borges, Camus o Saramago? (nadie pone en duda que todos estos creadores son extraordinarios, impresionantes, claro). Pero hay otras clases de literatura no occidentales igualmente importantes e interesantes. Así, podríamos ver lo escrito por María Nsué Angüe o Raquel Ilonbé (las dos ecuatoguineanas), Munshi Abdullah Bin Abdul Kadir (escritor malayo), Arundhati Roy (escritora de la India) o  Vincent Serei Eri (escritor de Papúa Nueva Guinea).

   Lo mismo se podría decir dentro del mundo de la educación. Hay distintas etnias cuya concepción de educar y enseñar es totalmente distinta a la nuestra, y no por ello el modelo educativo de dichas etnias es peor o menos adecuado; en absoluto. Simplemente las redes sociales de estas tribus y la concepción del mundo es diferente a la occidental, y no podemos juzgar a otros pueblos con nuestra propia visión del mundo. Ciertas etnias educan a sus hijos e hijas para poderse desenvolver en la selva: cazar, recolectar frutos, preparar alimentos, etc., y esto, para ellos, es lo correcto y lo adecuado.

  Además, a lo largo de estos siglos, en occidente, se ha encumbrado todo lo creado por las clases pudientes, que son las que han tenido el poder político y económico: reyes, nobles, burgueses..., y se han dejado de lado otros tipos de producciones más "populares" realizadas por el pueblo (ciudadanía) y, en otros  casos, las más alejadas del mundo occidental.   


  Habría, pues, dos tipos de engrandecimiento de la cultura: el primero sería alabar la cultura de la clase dominante, y el segundo consistiría en valorizar la cultura de una determinada área o áreas geográficas con una idiosincrasia concreta (por ejemplo, la occidental).


  Hasta hace poco tiempo se ha venido ennobleciendo todo lo nuestro, pero no lo que habita en otras partes del orbe, como lo que podemos hallar en Asia, África u Oceanía. A esto, como ya he dicho, en antropología social se le llama etnocentrismo, que es pensar que lo nuestro es lo correcto, lo bueno, lo maravilloso, lo elevado, lo verdadero, lo necesario, lo elaborado, lo sutil, lo que posee calidad; y lo que hay en otros países es inferior y de menor trascendencia. El etnocentrismo suele implicar la creencia de que el grupo étnico propio es el más importante, o que algunos o todos los aspectos de la cultura propia son superiores a los de otras culturas. Este hecho se refleja por ejemplo en los exónimos peyorativos que se dan a otros grupos y en los autónimos positivos que el grupo se aplica así mismo. Dentro de esta ideología, los individuos juzgan a otros grupos en relación con su propia cultura o grupo particular, especialmente en lo referido al lenguaje, las costumbres, comportamientos, religión y creencias. Dichas diferencias suelen ser las que establecen la identidad cultural. 

  Es importante saber qué es el relativismo cultural en Antropología. La principal aseveración que sustenta éste es que en sociedades disimiles (diferentes entre sí) existen desiguales reglamentos éticos. Estas leyes establecen lo que es apropiado dentro de esa cultura, por lo que los relativistas consideran que no existiría un juicio al que llamar "sensato" que califique al código moral de una civilización como más óptimo que el de otra, desde su punto de vista. Algunos importantísimos antropólogos que se sitúan dentro del relativismo cultural son Bronislaw Malinowski y Marvin Harris. 




¿Y cómo explicar todo esto a una chavala o a un chaval de Primaria o Secundaria?

   Podríamos dar una explicación (no excesivamente científica, la verdad, pero que puede ser bastante clarificadora para nuestros alumnos) comparando distintos deportes.
  Tomemos el fútbol y la petanca, por ejemplo. Si intentamos comparar estos dos deportes diciendo ¿cuál es mejor?, nos equivocaríamos. Ninguno de los dos es mejor; simplemente cada uno tiene sus propias reglas de juego y su visión particular del mundo del deporte, y los dos son plenamente válidos. El que el fútbol sea un deporte más complicado que la petanca en cuanto a las reglas de juego no significa que sea necesariamente mejor. Dicho de otra forma: el que la petanca sea un deporte más sencillo, con unas reglas de juego más simples, no significa, en absoluto,  que sea peor o no tan elevado; simplemente son juegos diferentes. Pues esto mismo, o muy parecido, ocurre entre las distintas etnias y sus culturas, así como dentro de la cultura propia. Cada una tiene sus propias reglas y su visión única y particular del mundo, y no podemos juzgar con las reglas de una determinada cultura (por ejemplo, la occidental) otras culturas, pues ya tienen sus normas y éstas son totalmente apropiadas.

   También podríamos preguntar a nuestros alumnos: ¿Es mejor una tarta, con esponjoso bizcocho almendrado, nata, chocolate, moca, merengue y que esté rematada con fresas, kiwis, guindas y manzanas caramelizadas  o una sencilla magdalena? Pues los dos postres o dulces son perfectamente válidos; es cierto que el primero está más elaborado que el segundo, pero no es mejor. Depende del gusto personal de cada uno y, quizás, del momento.

   Y como dice la UNESCO: "La diversidad cultural es para el género humano tan necesaria como la diversidad biológica para los organismos vivos. "
   
  Aprendamos  a valorar lo que nos ofrecen otras culturas (literatura, música, escultura, baile, dramatización...) y, también, las distintas manifestaciones socioculturales de la nuestra, la occidental, pues todo esto nos enriquecerá enormemente.

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