martes, 13 de noviembre de 2012

Qué hacer cuando un niño te pregunta: ¿qué hago yo aquí, para qué he nacido?


                
Foto de un chico con bigote y look hipster y con cara de sorpresa



  No hace mucho, un alumno de 10 años, en la asignatura de Lengua y Literatura Castellana, cuando ya casi habíamos finalizado la clase, me preguntó:

  -Profesor, ¿qué hago yo aquí, para qué he nacido?


 Sinceramente, la pregunta me dejó boquiabierto, perplejo, descolocado. Una pregunta de tanto calado no tiene una fácil respuesta  o, incluso, puede no tenerla. 

  Los niños, con su insaciable curiosidad, son verdaderos especialistas en poner en aprietos a padres y profesores.

  Para poder intentar contestar esta pregunta hemos de ir directamente a la Filosofía, que es la que nos puede dar alguna clase de "solución", aunque, más bien, a veces, la propia Filosofía nos va a llevar donde los interrogantes se van multiplicando, sin obtener una clara y definitiva conclusión.

  La cuestión planteada por mi alumno nos remite directamente al sentido último de la vida, a la significación de nuestra propia existencia. 


   Hay que señalar que ha habido, y sigue habiendo, innumerables  respuestas desde los más variados puntos de vista, sean filosóficos, pedagógicos, psicológicos, antropológicos o teológicos. Lo que parece estar claro es que en la "solución" que se dé a cuál es el sentido de la vida van a influir, enormemente, nuestras creencias religiosas, lo que entendamos por felicidad, lo que pensemos sobre el bien y el mal, la ética y la moral, la ontología, la conciencia y la existencia de Dios y del alma. 

  Básicamente hay dos perspectivas:

  1) La que propugna que la vida no tiene sentido.
  2) La que establece que sí hay un significado en la vida de los seres humanos.


  En la primera opción, como hiciera Albert Camus y su filosofía del absurdo (hay muchos más filósofos que coinciden en esto, aunque algunos ofrecen una serie de marcados matices), la vida carece de propósito y de sentido. Camus establece que los esfuerzos realizados por hombres y mujeres para hallar el significado total y previamente determinado dentro del universo fracasan debido a que no existe tal significado, al menos en relación al ser humano. Por tanto, propugna que el sentido último de la existencia es la creación de una significación particular, propia, puesto que la vida es insignificante por sí misma, y que la inexistencia de un sentido supremo en la vida de las personas es una situación de regocijo y no de desolación. Así pues, cada persona es libre para moldear su vida, con lo que se construye  su propio porvenir.
  El escritor Félix de Azúa piensa lo mismo: el sentido de la existencia humana no existe, ya que es un problema de interacción lingüística y, por tanto, de creación social. Azúa sostiene que hay cuatro grandes maquinarias de producción de significado: la filosofía, la ciencia, la religión y el arte, y que todas ellas están perdiendo, en la actualidad, esa fuerza creadora de significaciones.

  En la segunda opción, nos encontramos con un sinfín de pareceres que indican que la existencia humana sí que posee una meta, una significación; ciertas alternativas provienen del ámbito religioso y místico, aunque, obviamente, otras muchas no; en algunas se ve el carácter altruista; en otras, el egoísta.

  Sería muy complejo y extenso detallar todas y cada una de las  visiones que  nos hablan tanto del valor intrínseco de la vida humana y su sentido como de las que niegan que exista dicho valor.

  Pero, intentando hacer una síntesis, se podría decir que algunas de las razones a favor del sí, que los seres humanos de a pie escogen mayoritariamente, tanto en occidente como en otro tipo de culturas, son las siguientes:

1) Llegar a tener la iluminación del alma: unión con Dios y conocerse a sí mismo a través de Él y de uno mismo.

2)  Conseguir hacer felices a los demás y amarlos.
3) Vivir buscando el placer, sin dolor.
4) Conocer y dominar la naturaleza. 
5) Luchar por el poder y la superioridad.
6) Crear justicia, distribuir la riqueza, apoyarse mutuamente y contribuir al bienestar de los demás.
7) Gobernar el mundo.
8) Buscar la sabiduría y el conocimiento expandiendo nuestra percepción del mundo.
9) Evitar el sufrimiento causado por la ignorancia.
10) Intentar convertirse en la mejor versión de uno mismo.
11) Cumplir proyectos y objetivos vitales.
12) Sobrevivir: vivir el mayor tiempo posible incluyendo la búsqueda de la "inmortalidad" a través de los medios científicos.
13) Ser fructífero y multiplicarse.
14) Entregar más de lo que das.
15) Ser creativos e innovadores. 
 
   Dicho todo lo anterior, y sin entrar en enredados razonamientos religiosos, teológicos, psicológicos o filosóficos, le contesté a mi alumno lo siguiente sobre la pregunta que me había formulado (¿qué hago yo aquí, para qué he nacido?):


   -Pues no te puedo dar una respuesta clara y definitiva;  pero sí puedo indicarte que sólo por el hecho de haber nacido, la vida ya puede cobrar un sentido especial, a pesar de los aspectos negativos que ésta tenga. Mira a tu alrededor. Todo puede tener un significado: al ayudar a los demás, al conversar con una persona querida o estimada, al disfrutar de una buena obra musical, de un libro, de la naturaleza, al intentar ser aquello que deseas; cuando terminas con el sufrimiento de la gente, cuando eres generoso, cuando buscas objetivos y realizas tus proyectos, cuando intentas que en el mundo reine la paz, la justicia y la igualdad, cuando colaboras para que no haya personas oprimidas... 

  
     Mi alumno se quedó pensativo y, a los pocos segundos, me contestó:

    -Profesor, entonces, ¿el sentido de la vida me lo tengo que buscar yo o ya viene dado cuando nacemos? 

   -Pues exactamente no se sabe; yo no lo sé. Esta cuestión que me has planteado, la del sentido de la vida, no tiene ni una única ni una fácil respuesta. El universo es extraordinariamente complejo, y nosotros, los seres humanos, somos bastante insignificantes dentro de él, como hormigas en la inmensidad de un desierto.

    Cuando acabé de hablar, mi alumno se quedó pensativo mientras acababa de realizar un ejercicio en su libreta. Y enseguida me volvió a preguntar.

-Profesor, ¿sabes cuál es el sentido de la vida para mí?


-No  -contesté.


-Pues...  estudiar mucho para saber mucho, y también para poder ayudar a los demás. Así seré feliz. Me gustaría ser psicólogo.



    En ese instante, el que se quedó pensativo fui yo.




miércoles, 31 de octubre de 2012

Albert Camus y su filosofía del absurdo.





  Albert Camus (7 de noviembre de 1913 - 4 enero de 1960) fue un filósofo, ensayista, novelista, dramaturgo y periodista francés nacido en Argelia, que fue galardonado con el Premio Nobel  de Literatura en 1957. Camus fue la segunda persona más joven en recibirlo, después de Rudyard Kipling.

  Murió en un accidente de automóvil sólo tres años después de que se le concediera dicho galardón. 

  Con frecuencia se le asocia con el existencialismo, pero Camus prefirió ser conocido como un hombre y un pensador, más que como miembro de una escuela filosófica determinada.

  En una entrevista, en 1945, Camus rechazó cualquier asociación ideológica: "No soy un existencialista, Sartre y yo siempre estamos sorprendidos de ver nuestros nombres vinculados"

  La filosofía del absurdo, nacida de Camus, establece que los esfuerzos realizados por hombres y mujeres para hallar el significado total y previamente determinado dentro del universo fracasan debido a que no existe tal significado, al menos en relación con el ser humano. Por tanto, propugna que el sentido último de la existencia es la creación de una significación particular, propia, puesto que la vida es insignificante por sí misma, y que la inexistencia de un sentido supremo en la vida de las personas es una situación de regocijo y no de desolación. Así pues, cada persona es libre para moldear su vida, con lo que se construye  su propio porvenir.

  Según Camus, la vida humana carece de sentido, de meta, pero esto no nos tiene que sumir en la desesperación o en la apatía más profunda, pues es el propio ser humano el que va creando su futuro.

    "Aceptar el absurdo es la única alternativa admisible al injustificable salto de fe que constituye la base de todas las religiones".

jueves, 25 de octubre de 2012

Niños demasiado responsables.






Algunos  niños, desde el nacimiento, se sienten en cierto modo responsables del bienestar de sus padres y se creen que son culpables cuando éstos tienen problemas, sobre todo conyugales, o cuando no les tratan bien o les descuidan. Su conclusión es, en numerosas ocasiones (aunque no siempre, claro está), que  ellos, los propios críos, se equivocan. Así se convierten en niños que maduran demasiado pronto y tienden a hacer de padres de sus padres. En muchas ocasiones aprenden a satisfacer las necesidades de sus progenitores y a descuidar las propias.

Todo esto es especialmente obvio en las familias con una madre o padre drogadicto, alcohólico o con problemas psicológicos graves. Pero también se da en algunas familias con situaciones menos dramáticas.  Algunos de estos padres abusan de su responsabilidad y de la disponibilidad de los hijos, cargándoles con sus preocupaciones. La inmadurez de los adultos deja un vacío que atrae sin remedio al hijo, que necesita ser valorado y desea colaborar.

Si los niños asumen responsabilidades excesivas a edades precoces, esto se convierte en parte de su personalidad y no se cambia de forma fácil, lo que hace que  sus relaciones futuras se vean influenciadas con las personas que de verdad le importan. Los chavales, por regla general, no saben protestar directamente cuando se sienten demasiado responsables.

Este tipo de chicos están solos y llegan a la conclusión de que la familia no tiene nada que ofrecerles, excepto comida, alojamiento, vestimenta y cama. Sucede en familias de toda clase, con problemas y sin ellos. 

Tomado de En tribu.


martes, 16 de octubre de 2012

¿Qué es educar?




Pequeños fragmentos de un texto de Humberto Maturana.


“El educar se constituye en el proceso en el cual el niño o el adulto convive con otro y al convivir con el otro se transforma espontáneamente, de manera que su modo de vivir se hace progresivamente más congruente con el del otro en el espacio de convivencia."


"Vivamos nuestro educar, de modo que el niño aprenda a aceptarse y a respetarse a sí mismo al ser aceptado y respetado en su ser, porque así aprenderá a aceptar y respetar a los otros."

 "Si decimos que un niño es de una cierta manera, bueno, malo, inteligente o tonto, estabilizamos nuestra relación con ese niño de acuerdo a lo que decimos, y el niño, a menos que se acepte y respete a sí mismo, no tendrá escapatoria y caerá en la trampa de la no aceptación y el no respeto a sí mismo porque sólo podrá ser algo dependiente de lo que surja como niño bueno, o malo, o inteligente, o tonto, en su relación con nosotros. Y si el niño no puede aceptarse y respetarse a sí mismo, no puede aceptar y respetar al otro. Temerá, envidiará o despreciará al otro, pero no lo aceptará ni respetará; y sin aceptación y respeto por el otro como un legítimo otro en la convivencia, no hay fenómeno social."

¿Para qué educar?

"A veces hablamos como si no hubiese alternativa a un mundo de lucha y competencia, y como si debiésemos preparar a nuestros niños y jóvenes para esa realidad. Tal actitud se basa en un error y genera un engaño."

¿Qué hacer?

 "Al corregir sus acciones, no castiguemos a nuestros niños por ser. No desvaloricemos a nuestros niños en función de lo que no saben, valoricemos su saber. Guiemos a nuestros niños hacia un hacer que tiene que ver con un mundo cotidiano e invitémoslos a mirar lo que hace y, sobre todo, no los llevemos a competir.”

martes, 4 de septiembre de 2012

Icnitas en Valencia: un viaje en el tiempo para niños y adultos.



Recreación del Turiasaurus




   Hace unos 150 millones de años, la provincia de Valencia presentaba un aspecto muy diferente al actual. No existían ni las montañas ni los animales que hoy podemos contemplar. Había enormes llanuras surcadas por cursos fluviales que desembocaban en un océano primitivo llamado Thethys.
   En este ambiente, poblado por bosques de coníferas y helechos, habitaban unos de los más espectaculares dinosaurios que jamás hayan existido en la Península Ibérica: el Losillasaurus y el Turiasaurus, saurópodos (herbívoros cuadrúpedos) de más de 30 metros de longitud y 40 toneladas de peso.

Aquí podemos observar los huesos petrificados de un saurópodo (herbívoro), parecido a los dos anteriores en cuanto a su morfología, hallados en el interior de la provincia de Valencia. Museo paleontológico de Alpuente.
Las fotografías fueron tomadas en agosto de 2012.









  En el interior de Valencia también podemos encontrar icnitas (huellas) de dinosaurios de un extraordinario valor científico. Son marcas de pisadas de ejemplares bípedos; son icnitas tridáctilas terópodas (los terópodos conforman un variado y amplio grupo de dinosaurios saurisquios caracterizados por tener una dieta carnívora y el andar bípedo); y también  icnitas tridáctilas ornitópodas. Los ornitópodos también estaban dotados de pies con tres dedos, similares a los de las aves. Fue uno de los grupos de herbívoros más exitosos de su tiempo. A veces, caminaban a cuatro patas.


Aquí, algunas recreaciones de terópodos (carnívoros). Uno de los más famosos es el T. Rex. Este orden (Theropoda) ha pervivido hasta nuestros días bajo la forma de las aves modernas, sus directos descendientes. 






















¿Cómo se forman las icnitas (pisadas)?

 Sobre un lecho de arenas y arcillas quedaron impresas, en el interior de la provincia de Valencia, las huellas de diversas clases de dinosaurios terópodos y ornitópodos. Después, estas pisadas fueron cubiertas por una delgada capa de arcilla que las preservó de su desaparición. Con el paso de tiempo, las huellas se petrificaron y se transformaron en areniscas (un tipo de roca sedimentaria), lo que conservó fosilizadas las huellas (icnitas).


 A continuación, unas fotos de icnitas de terópodos (carnívoros) del yacimiento de Corcolilla, cerca de Alpuente (Valencia).  Estas huellas tienen unos 80 millones de años.
Las huellas están recubiertas con una especie de laca y después pintadas para que se puedan percibir mejor.
Las fotografías fueron tomadas en agosto de 2012.












































Ahora, fotos de la Rambla de Tambuc, Millares (Valencia). Estas icnitas son probablemente de ornitópodos  (herbívoros); tienen alrededor de 80 millones de años.
Estas huellas también están recubiertas con una especie de laca y después pintadas para que se puedan ver mejor (fotos de agosto de 2012).