Alice Miller es una psicóloga suiza conocida
por su trabajo sobre la infancia y, más concretamente, el maltrato infantil.
Algunos de los
conceptos básicos elaborados por Alice Miller son:
Pedagogía negra: se refiere a una educación cuya finalidad es despedazar la voluntad del
niño y hacer de él un súbdito obediente, ejercitando de manera evidente u
oculta el poder, la manipulación y el chantaje. Un ejemplo serían los métodos
para “enseñar” a los niños a dormir, ya que el objetivo final es educar en la
obediencia desde los primeros meses.
Testigo servicial: es la persona que da apoyo, a veces incluso sin saberlo, al niño
maltratado, ofreciéndole una especie de contrapeso en la crueldad que ejercen
sus cuidadores más cercanos. Puede ser cualquier persona de su entorno: un
abuelo, un profesor, un vecino, un hermano. Con gran frecuencia, suelen serlo
estos últimos. Ofrecen simpatía y amor al niño, sin intención de manipularlo
con objetivos pedagógicos, le dan confianza y le transmiten la impresión de que
no es malo y merece amabilidad. Gracias a este personaje, el niño aprende lo
que es el amor y, a veces, consigue conservar en su interior amor, bondad y
otros valores. Sin esta figura, el niño exalta la violencia y más adelante
recurrirá a ella con mayor o menor brutalidad.
Testigo iniciado: en la edad adulta, un papel similar al del testigo servicial lo puede
tener alguien que sí es consciente del mismo. Se trata de una persona que
conoce las consecuencias del estado de abandono y maltrato infantil infligido
al niño, de expresar empatía y de ayudarle a comprender mejor los sentimientos
de miedo y de impotencia, para aprovechar mejor las posibilidades que tiene el
adulto. Pueden ser docentes, abogados, consultores o autores de libros (como la
propia Alice Miller se considera).
Gran parte de
la obra de Alice Miller busca demostrar la validez universal de los mecanismos
para negar y eliminar el sufrimiento infantil. Atribuye gran importancia a las
experiencias vividas en los primeros días y meses de vida, sin negar el papel
de las experiencias sucesivas. Es más, la presencia de personas empáticas es
fundamental para quien sufre. Pero el adulto que ha sido niño maltratado sólo
consigue sentir empatía si es consciente de lo que las antiguas privaciones han
implicado para su persona y si no las subestima.
Medicina antes que conocimiento.
Según AM, la
gente tiende a recurrir a menudo a la medicina para curar sus síntomas antes
que ir a la raíz del problema. Ésta sería el maltrato en la infancia. El hecho
de poder hablar sobre los sentimientos de ira, rabia, frustración, etc,
sufridos entonces ayudan mucho más a la curación que la ingestión de fármacos.
La motivación
del médico para tal comportamiento es la propia necesidad de ocultar el miedo y
la impotencia para conservar su prestigio. Además, debería tener un
conocimiento básico de la medicina psicosomática. La razón se niega a reconocer
la verdadera naturaleza del maltratador (una figura cercana, como el padre o la
madre) y tal rechazo origina la enfermedad, que continúa a manifestarse hasta
que no se toma conciencia de la situación.
El proceso de
cura necesita enfrentarse al trauma infantil y de deshacer los numerosos
mecanismos de defensa que han sido erigidos para proteger al niño de un
sufrimiento que, de otra forma, sería insoportable.
Castigos corporales.
AM defiende
que tratar la infancia ayuda a tomar conciencia de la propia historia y
entender por qué se siente todavía como una víctima necesitada de ayuda. Pero
esto no implica que el adulto sea irresponsable de sus actos y de su
comportamiento. Para AM la prescripción de fármacos es el remedio sólo cuando
el paciente no está interesado en descubrir el origen de sus problemas.
No se avanza
huyendo de la verdad que llevamos dentro, ya que nos acompañará siempre, nos
hará sufrir, aumentará nuestra confusión y debilitará nuestro autoconocimiento.
Si a un niño
se le hace creer que las humillaciones y torturas se hacen por su bien, seguirá
convencido de ello por el resto de su vida. Por tanto, maltratará a sus hijos
pensando de hacer lo correcto. Pero, ¿dónde terminaron la rabia, el furor, el
dolor que tuvo que sofocar de pequeño cuando le pegaban asegurándolo que era
por su bien?.
Un niño que
recibe golpes no aprende a protegerse, sino a tener miedo. Y también aprende a
ignorar el dolor, hasta casi no advertirlo y sentirse culpable. Y, ya que ha
sido agredido cuando era indefenso, aprende a creer que un niño no merece ni
consideración ni respeto ni protección.
Los mensajes
erróneos depositados en el cuerpo serán la información básica con la que el
niño construirá su imagen del mundo y de sí mismo. Cuando el niño sea incapaz
de defender su propio derecho a la dignidad y el sufrimiento físico como señal
de peligro, no conseguirá orientarse en función a ello. Sufrirá, por el
contrario, su sistema inmunitario. El cuerpo conserva todos los recuerdos y el
adulto no podrá librarse de ellos. Es más, de forma inconsciente, dominan toda
su vida, su comportamiento, el modo de reaccionar a las situaciones nuevas y,
sobre todo, la relación con los hijos.
Qué se puede hacer.
A menudo los
adultos encuentran gran hostilidad cuando se ponen incondicionalmente de parte
de los niños y los defienden. Con su comportamiento cuestionan un sistema
entero que para otros es un marco de referencia seguro. El testigo consciente
puede sufrir intimidaciones y rechazo.
Cuando, como
padres, reproducimos el comportamiento erróneo de nuestros padres, AM aconseja
no desesperarse. El adulto también sufrió dolor y ahora su gesto automático
también lo provoca. Pero es mucho más fácil corregir un error si como tal se
percibe y como tal se juzga. Lo importante es no decir a los hijos que se hace
por su bien.
Otras
soluciones que se pueden buscar es esforzarse en ser conscientes de lo que
hemos vivido como niños, de las opiniones que hemos recibido acríticamente,
comparándolas con nuestra percepción adulta. Esto ayuda a percibir las cosas de
frente a las que éramos ciegos e insensibles para protegernos de la violencia
del dolor hasta que no encontramos un testigo capaz de escuchar con empatía. En
este contexto, es posible redescubrir el origen de las emociones infantiles
eliminadas, encontrarles un sentido actual para nosotros.
Y recuerde,
los datos científicos han demostrado que los niños pegados y castigados son más
obedientes a corto plazo y más agresivos y destructivos a largo plazo.
Conclusiones.
El origen y las consecuencias del maltrato infantil
son idénticas: la negación de las heridas sufridas en el pasado nos lleva a
ejercer el mismo daño a las siguientes generaciones. A menos que no decidamos
aceptar saberlo, reconocerlo.
El castigo genera miedo y, a menudo, produce en el
niño un estado de torpeza que no le permite reflexionar tranquilamente, ya que
el terror le invade, le sobrepasa.
La violencia se aprende en familia y en familia se
continúa a ejercerla. Es un círculo vicioso que es necesario romper. Los niños
que han sido respetados desde la infancia irán por el mundo con los ojos y las
orejas bien abiertos y sabrán protestar con palabras y acciones constructivas
contra la injusticia y la ignorancia.
Tomado de En tribu.
Tomado de En tribu.
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