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domingo, 6 de julio de 2014

¿Qué esconde el libro "Alicia en el país de las maravillas"?





  El relato de Lewis Carroll está plagado de alusiones a la educación y las costumbres de su época. Combina fantasía y realidad. Y ha influido en escritores, músicos, cineastas. científicos...

 Las prisas. El Conejo Blanco mira su reloj y va siempre apresurado diciendo “¡Dios mío, voy a llegar tarde!. Refleja la ansiedad, la conducta paranoica y la exigencia a veces exagerada que los mayores imponen a los niños.

 Fuera rutinas. Los adultos viven atados a la costumbre, como el Sombrerero y su eterno té de las seis. Carroll critica los comportamientos asumidos que nunca son cuestionados. A lo largo del libro, Alicia se acostumbra a la libertad y a la aventura; y al despertar del sueño, encuentra “aburrido y estúpido que la vida siguiera su curso normal”.

 Números. La condición de matemático de Lewis Carroll se nota en la obra, pues está llena de guiños al álgebra, la teoría de números y la lógica. La caída interminable de Alicia recuerda al concepto de límite. En el capítulo 5, la paloma dice que las niñas pequeñas son un tipo de serpiente, ya que las dos comen huevo. Esta deducción alude al cambio de variables.

Intolerancia. La Reina de Corazones gobierna despóticamente el País de las Maravillas. Narcisista, rígida y controladora, resuelve los problemas, pequeños y grandes, mandando decapitar a todo el que ose ofenderla.

 Crisis de identidad. La incertidumbre propia de la adolescencia aparece cuando Alicia se encuentra con la Oruga Azul sentada fumando con un narguile. Ésta pregunta con prepotencia a la niña por su identidad, a lo que ella responde llena de dudas, ya que al haber cambiado varias veces de estatura ya no sabe bien quién es. La Oruga Azul es la lógica racional, las dudas y la paciencia como madre de la ciencia. 

  Caída angustiosa. El descenso de Alicia por la madriguera que parece no tener fin recuerda la pesadilla tan recurrente en muchas personas de caer y caer, hasta que la sensación de angustia creciente les hace despertar. Carroll usa esa imagen para describir la entrada en lo inconsciente.

 Vitalidad. El Gato de Cheshire destaca por su sonrisa. Representa el sentido vital: Siempre llegarás a alguna parte si caminas lo bastante.

 Estira y encoge. La protagonista aumenta y disminuye de tamaño varias veces. Eso ha dado lugar al término micropsia o síndrome de Alicia en el País de las Maravillas para definir un trastorno neurológico que afecta a la visión. El sujeto que lo padece percibe los objetos mucho más pequeños y alejados de lo que están en realidad. También se llama visión o alucinación liliputiense.


Tomado de la revista "Muy interesante".

martes, 7 de enero de 2014

El lector y el escritor: ¿hay buena y mala literatura?





  Una vez escuché a un hombre de cierta edad decir que leer malos libros siempre nos hace peores y más zoquetes; y ninguna ventaja tiene leer si se lee basura. enseguida me vino a la mente una reflexión: ¿qué es buena literatura?  

   Algunos piensan que la literatura elevada, la "buena literatura", es la que hace que seamos más inteligentes y curiosos, y que la que es menos culta sólo sirve para divertir, para pasar un rato más o menos  ameno. Dicho esto, habría que explicar qué es ser inteligente, pues el concepto inteligencia ha ido cambiando bastante a lo largo del tiempo (ver en este blog Sálvame delux, Stephen Jay Gould e inteligencia). Creo que los que hacen estas distinciones simplifican en exceso la realidad. Ésta es siempre muchísimo más compleja de lo que hombres y mujeres podemos llegar a descubrir. He leído libros considerados "literatura culta" y no me han aportado absolutamente nada; es más, me han llevado directamente al bostezo continuo. Sin embargo, otros libros, algunos de los llamados bestsellers, me han dado mucho; me han hecho reflexionar y, al mismo tiempo, me han divertido. Ni toda la "literatura basura" es de mala calidad ni toda la "buena literatura" es maravillosa y celestial.   

 Hace años, libros como El nombre de la rosa o Los pilares de la Tierra fueron considerados bestsellers; y otros, como los escritos por José Echegaray (premio Nobel en 1904), no son recordados hoy por casi nadie. La vara con la que se mide lo que es bueno y lo que es menos bueno va cambiando con el paso de las décadas. Lo que antaño no era "elevado" ahora sí lo puede ser; y viceversa. Y es que la literatura es un constructo humano, al igual que la música, la pintura, la escultura, el deporte, la danza, el cine... 

   Ciertos "intelectuales sesudos" han llegado más o menos a un acuerdo respecto a cuáles son las mejores obras literarias de la historia, pero esto no deja de ser también algo subjetivo, una construcción humana que ha hecho una pequeña parte de la población y, probablemente, una clase social determinada. A lo largo de estos siglos, en occidente, se ha encumbrado todo lo creado por las clases pudientes, que son las que han tenido, y siguen teniendo, el poder político, social y económico: reyes, nobles, burguesía... Todos ellos han ninguneado casi siempre las producciones hechas por el pueblo (esto nos daría para otro artículo). Sería interesante saber qué lista de obras literarias hubieran hecho otros colectivos (agricultores, obreros de las distintas ramas, médicos, mineros, ganaderos...); y dentro de estos colectivos cada una de las personas que forman parte de ellos. La distinción entre buena literatura y mala, en algunas ocasiones, tiene que ver más con la clase social que con la calidad  per se de un escrito determinado, pues, como ya he dicho, la valoración de una obra literaria es algo que tiene un gran componente subjetivo. 

Alaiz, Felipe
Felipe Alaiz de Pablo

  Felipe Alaiz de Pablo, escritor, crítico literario, profesor de literatura, periodista, traductor de los textos de Dos Passos,  H.G Wells y Upton Sinclair y artista (nació en Belver de Cinca, Huesca, en 1887 y falleció en París en 1959), decía muy acertadamente que, en ocasiones, el lector no se fía de su gusto, sino de lo que le aseguran que le debe gustar. Para Alaiz la literatura no debe perseguir la belleza, sino la verdad; escribir bien es lo contrario de decir frases bonitas, rimbombantes. El verdadero arte es lo que oculta el artificio: Ars est celare artem. Cuando a un escritor se le califica de estilista hay que echar a correr, pues es sinónimo de inanidad o de palabrería. Así pues, todo estilo distrae de la verdad por su propio atractivo. Alaiz también pensaba que el estilo es el hombre, es decir, el hombre o la mujer no han de hablar como un libro abierto, sino que el libro abierto ha de hablar como un hombre o una mujer. Todos los seres humanos tenemos un estilo personal en la conversación, excepto cuando conversamos imitando a otros. Un pastor o un carpintero, por ejemplo, no hablan igual que un médico. Pero dos médicos hablan también de manera distinta, así como dos carpinteros o dos pastores. Este valor diferencial propio de cada persona que habla es el deseable para cada persona que escribe. "Hay que huir de lo estándar", decía Alaiz. Éste consideraba decadentes a escritores como Azorín, Rubén Darío, Espronceda o Bécquer, entre otros muchos. Criticaba su literatura por ser demasiado pegajosa, artificial, estilista, preciosista y azucarada. De igual modo pensaba que si cada hombre y mujer tiene su estilo de lenguaje y de escritura, ¿por qué ha de variar cuando escribe libros o artículos? El que escribe podrá tener más o menos caudal de conocimientos, más o menos costumbre de manejar la pluma, pero ¿por qué dejar de ser él mismo o ella misma? ¿Por qué se desprende de ese fondo personal insobornable que es su estilo propio? Pues muy probablemente por un sentido de inferioridad que aspira a superar imitando modelos que él o ella cree superiores.   

   Alguna vez he utilizado las listas de los "mejores" libros de la Historia de la Literatura que se ven por doquier (Internet, enciclopedias, revistas especializadas...), pero esto ha sido únicamente empleado por mí como un mero recurso de marketing.  En realidad es el propio lector o lectora el que ha de encontrar sus libros y el que tiene que confeccionar su lista de libros preferidos y, sobre todo, significativos; escritos que le hagan pensar, filosofar, soñar, emocionarse, meditar, divertirse, llorar, enfadarse, gritar, alegrarse...


    Podríamos distinguir, de forma básica, dos tipos de lectores. El primero sería el que busca en el libro la reflexión y la profundidad, que le cuenten las cosas a medias para poder participar en la lectura y crear su propia significación o significaciones, que le sugieran intenciones. El segundo tipo de lector sería aquel que prefiere libros en los que se da todo o casi todo hecho, en el que lo que predomina es la sencillez con un contenido ameno y de formas sencillas. Pero esta distinción, a la hora de la verdad, se difumina en muchísimas ocasiones.   

    Obvio es que hay libros que están mejor construidos que otros, son más complejos, hay más imbricaciones, profundidad y riqueza; pero esto, quizás, no sea suficiente para despreciar o arrinconar a los que no siguen estas pautas. A veces nos alimentamos de platos elaborados (algunos arroces, cocidos,  guisos...) y en otras ocasiones preferimos un sencillo huevo frito con pan crujiente. En la literatura puede ocurrir algo similar. A mi me apasionan Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Albert Camus, Vicent Andrés Estellés, Quim Monzó, Pere Calders, George Orwell o Edgar Allan Poe, entre otros muchos escritores, pero también me atrapan mucho Stephen King, Haruki Murakami y, también, Olaf Stapledon, sólo por citar a algunos (lo escrito por estos tres últimos es considerado por algunos críticos como literatura menor, de peor calidad; por supuesto no estoy de acuerdo).       

   Es innegable que unos libros son más simples que otros en cuanto a su estructura narrativa, en la construcción de personajes y escenas y en el tipo de lenguaje utilizado. Esto puede ser extrapolable a la música: nos encontramos con la muy elaborada, la llamada música culta, y la menos elaborada (pop, rock, folk...); y lo cierto es que ambas son válidas. Decir que una es mejor que otra sería, a lo mejor, un poco arriesgado (ver la entrada de este blog titulada ¿Existe una cultura superior a las otras?). Pues algo similar se podría decir de la literatura.



 Arturo Pérez-Reverte (periodista, escritor y académico de la RAE) escribía en 2010 en el periódico ABC:

   "Decir que lo que lee mucha gente no es buena literatura es como decir que un libro no puede ser bueno si provoca muchas ganas de leerlo. Un escritor de verdad no tiene otra cosa que su artesanía. Y un escritor sin lectores desaparece. La única posibilidad que tiene este artesano es que lo lean. Lo que hay que darle al lector es algo que realmente le interese.


Las tragedias griegas eran el entretenimiento de las masas, ¿no?. A mí la calidad literaria, francamente, me importa un rábano; además, quién juzga quién tiene o no tiene esa «calidad literaria». Yo escribo para contar historias que a la gente le hacen vivir vidas que no han vivido. La calidad literaria es para mí que el lector lea tus páginas y no pueda dejar de leer tu libro. Lo demás son milongas."



Javier Marías

  Otra interesante opinión nos la da el escritor Javier Marías en un artículo titulado “Mirar lo inadvertido”,  publicado en El País el 2 de enero de 2011:

"Pero desde hace unos años se reserva el término “literario” para las novelas que antes se llamaban meramente “ambiciosas”. Es decir, para las que no tenían como único propósito el de entretener, sino que, además (una cosa no excluía ni excluye la otra), pretendían que el lector viera y conociera el mundo mejor, que quizá pensara en cuestiones en las que normalmente no piensa, que reparara en aspectos de los que por lo general se hace caso omiso.Looking at the Overlooked, se titulaba un ya viejo libro de Norman Bryson, sobre la pintura de bodegones. Eso es lo que -entre otras cosas- ha hecho la literatura de todos los tiempos, la que ha pervivido, la que aún leemos pese a los años o siglos transcurridos. Mirar lo inadvertido, o lo pasado por alto. Eso hacen Montaigne y Cervantes y Shakespeare, Flaubert y Conrad y Henry James."
   Más que buena o mala literatura, creo que esto es simplificar en exceso la realidad, yo diría que hay libros escritos de modo más elaborado y profundo; y otros libros que están hechos con ciertos patrones o clichés y que son, seguramente, menos reflexivos y más planos y simples; pero esto no significa necesariamente que sean malos libros (algunos quizás sí, claro). Lo cierto es que no siempre deseamos meditar sobre lo divino y lo humano, no siempre necesitamos ahondar y devanarnos los sesos. En ciertas ocasiones es también conveniente leer determinados libros que nos distraen, entretienen y nos hacen vivir otras vidas y experiencias nada comunes.  

sábado, 9 de febrero de 2013

Libro "La isla de Bowen".





  Año 1920. Un marinero de la tripulación de un barco mandado por John Foggart es asesinado en una ciudad al norte de Noruega. 

 Este misterioso incidente, que se cuenta en tercera persona, introduce al lector en la persecución que contará la historia que se narra en la novela. 

  La mujer y la hija de Foggart, un arqueólogo conocido, viajan a Madrid para pedirle al profesor Ulises Zarco, un intrépido explorador y científico, que les ayude a desvelar el misterio. Entre otros argumentos para convencerlo, le entregan un cilindro de un metal desconocido que, una vez analizado, resulta ser titanio puro. A partir de ahí, Zarco y su equipo —su ayudante Adrián Cairo, el joven fotógrafo Samuel Durango, el capitán Gabriel Verne y la tripulación del Saint Michel—, junto con Lady Elizabeth Faraday y su hija Kathy, que se las arreglan para forzar a Zarco a que las lleve con ellos, parten desde Santander.   Siguiendo las pistas que tienen, averiguan quién fue el monje celta San Bowen; leen un manuscrito que escribió en el siglo X, y contrastan qué había de cierto en su historia sobre ciudades subterráneas, un río en el hielo que les conduce a una isla boscosa a quinientas millas del Polo Norte, donde decía que había un muro de fuego invisible y extraños seres demoníacos. A todo esto, Aleksander Ardán, un multimillonario empresario minero sin escrúpulos, los persigue por todas partes.

Un buen libro. Recomendable a partir de los 12-13 años.

lunes, 25 de junio de 2012

Algunos buenos libros de ciencia ficción.





  Robert Neville es el único superviviente de una guerra bacteriológica que ha asolado el planeta y ha convertido al resto de la humanidad en vampiros. Su vida se ha reducido a asesinar al máximo número posible de estos seres sanguinarios durante el día, y soportar su asedio cada noche. Para ellos, el auténtico monstruo es ese hombre que lucha por subsistir en un nuevo orden establecido.
  Todo un clásico en su género; éste es un perturbador relato sobre la soledad y el aislamiento y una reflexión sobre los binomios como normalidad y anormalidad, bien y mal, que se evidencian como una mera convención derivada del temor y el desconcierto ante lo diferente.
Cine relacionado: películas de 1964, 1971 y 2007.







  Sitúa la acción en un Estado totalitario. El poder es el valor absoluto y único; para conquistarlo no hay nada en el mundo que no deba ser sacrificado y una vez alcanzado, nada queda de importante en la vida a no ser la voluntad de conservarlo a cualquier precio. Todo está controlado por la sombría y omnipresente figura del Gran Hermano, el jefe que todo lo ve, todo lo escucha y todo lo dispone.









  Bradbury nos relata la conquista y colonización de Marte en una serie de fascinantes cuentos. Conmovedor, perturbador, extraño y hermoso son algunos de los adjetivos que se han aplicado a estas historias.
Fue publicado originalmente en el Reino Unido en 1951 bajo del título The Silver Locusts. En la edición definitiva «The Fire Balloons» (Noviembre 2002. Publicada como «In This Sign in Imagination» en abril de 1950) fue eliminada, y «Usher II» fue añadida.
En 1955, con el prólogo de Borges, Francisco Porrúa inaugura su editorial Minotauro con la edición de este clásico, con la traducción de Francisco Abelenda, la única en castellano.








  Fahrenheit 451 nos ofrece la novela de un extraño y horroroso futuro. Montag, el protagonista, pertenece a una extraña brigada de bomberos cuya misión, paradójicamente, no es la de sofocar incendios, sino la de provocarlos para quemar libros. Porque en el país en que vive Montag está terminantemente prohibido leer. Porque leer obliga a pensar. Y en el país en que vive Montag está prohibido pensar. Porque leer impide ser feliz. Y en el país en que vive Montag hay que ser feliz a la fuerza.
  Como 1984, de George Orwell, como Un mundo feliz, de Aldous Huxley, Fahrenheit 451 describe una civilización occidental esclavizada por los medios, los tranquilizantes y el conformismo.
La visión de Bradbury es asombrosamente profética: pantallas de televisión que ocupan paredes y exhiben folletines interactivos; avenidas donde los coches corren a 150 kilómetros por hora persiguiendo a peatones; una población que no escucha otra cosa que una insípida corriente de música y noticias transmitidas por unos diminutos auriculares insertados en las orejas.
Película relacionada: Fahernheit 45,  de François Truffau.









«Con El fin de la infancia —escribió Basil Davenport— Arthur C. Clarke se une al pequeño grupo formado por Olaf Stapledon, C. S. Lewis y quizá H. G. Wells, que ha usado la ciencia ficción como vehículo de ideas filosóficas. Dicho esto, es necesario añadir que El fin de la infancia es un libro tan ameno, desde el punto de vista de la narrativa pura, como cualquier otra novela común contemporánea».
El fin de la infancia —obra que según William Du Bois merece la total atención de los habitantes de «esta época de ansiedad»— tiene como tema la futura evolución del hombre. Una raza extraña llega a la Tierra y trae consigo paz, prosperidad... y la inesperada tragedia de la perfección. ¿Qué seguirá a la extinción de la raza humana? Arthur C. Clarke, en un final de notable belleza, plantea la más alucinante de las hipótesis.








  El futuro. En un universo paralelo, con leyes físicas ligeramente distintas a las nuestras, sus habitantes descubren la forma de intercambiar materia con nosotros. Materia que, una vez en el universo de destino, y merced a las diferencias físicas entre ambos, comienza a desprender energía de forma espontánea. Una vez consumida la capacidad energética del material puede volver a ser intercambiado, para recomenzar el ciclo. ¿Qué podríamos hacer con un suministro de energía gratuita e inagotable?
Más allá que cualquier otra historia, esta novela destaca por una impresionante descripción del cosmos, una visión que nos hace aún más insignificantes de lo que podíamos pensar. Con una gran maestría, Asimov nos va sumergiendo en un universo totalmente diferente al que conocemos. Un auténtico derroche de imaginación.







  Las fábulas ideadas por Herbert George Wells (1866-1946), uno de los padres, acaso el más notable, de la ciencia ficción, han demostrado a lo largo del tiempo mantener un vigor y tocar unos resortes del inconsciente humano que a menudo las han elevado a iconos del mundo moderno. La guerra de los mundos (1898), relato trepidante que narra la invasión de la Tierra por los marcianos y que supuso por primera vez la irrupción de seres de otros planetas en el nuestro, marcó en buena medida la fantasía del siglo xx y abrió un filón -el del contacto de los hombres con seres extraterrestres- que no tardó en convertirse en uno de los más importantes de la ciencia ficción, sirviendo de inspiración a numerosos artistas posteriores en los ámbitos de la radio, el cine, la literatura, el cómic y la televisión.






  La primera expedición colonizadora a Marte formada por cuatro matrimonios resulta un fracaso pues todos fallecen al poco de llegar. Dieciocho años más tarde, una nueva expedición descubre que hay un descendiente, Michael Smith. Cuando es traído a la Tierra todo serán problemas para un joven que se siente completamente ajeno a ese extraño mundo.
Hay dos versiones de esta novela: la publicada en vida del autor, y la que publicó su viuda a partir del manuscrito original.







  Una noche de amargura y desengaño, un hombre contempla el firmamento desde lo alto de una colina. De pronto se ve inmerso en una suerte de viaje astral que lo traslada por toda la galaxia, de la que explorará el nacimiento y el ocaso, con la meta última de comprender la naturaleza de la fuerza primigenia, el enigmático «hacedor de estrellas».
Stapledon abre un gran angular cuyo protagonista es la inmensidad del tiempo y del espacio, invitándonos a una auténtica aventura existencial. Entre la cosmogonía y la fábula científica, ésta es, en palabras de Borges, una «novela prodigiosa» que ha merecido un lugar privilegiado entre los clásicos de la ciencia ficción.




   Un sobrecogedor viaje interestelar en busca de la evidencia de que el ser humano no está solo en el cosmos. Una expedición a los confines del universo y a los del alma, en la que pasado, presente y futuro se amalgaman en un continuo enigmático. ¿Qué esencia última nos rige? ¿Qué lugar ocupa el hombre en el complejo entramado del infinito? ¿Qué es el tiempo, la vida, la muerte..? Una grandiosa novela de dimensiones épicas cuyo amplio abanico de interpretaciones ofrece una visión totalizadora. Arthur C.Clarke colaboró estrechamente con Stanley kubrick en la producción de la célebre película homónima.







  Un mundo feliz es un clásico de la literatura del siglo XX. Con ironía mordiente, el genial autor plasma una sombría metáfora sobre el futuro, muchas de cuyas previsiones se han materializado, acelerada e inquietantemente, en los últimos años.
La novela describe un mundo en el que finalmente se han cumplido los perores vaticinios: triunfan los dioses del consumo y la comodidad, y el orbe se organiza en diez zonas en apariencia seguras y estables. Sin embargo, este mundo ha sacrificado valores humanos esenciales, y sus habitantes son procreados in vitro a imagen y semejanza de una cadena de montaje...







   Shevek, un físico brillante, originario de Antares, un planeta aislado y «anarquista», decide emprender un insólito viaje al planeta madre Urras, en el que impera un extraño sistema llamado «propietariado», Shevek cree por encima de todo que los muros del odio, la desconfianza y las ideologías, que separan su planeta del resto del universo civilizado, deben ser derribados. En este contexto la autora explora algunos de los problemas de nuestro tiempo: la posición de la mujer en la estructura social, la complejidad de las relaciones humanas, los méritos y las promesas de la ideologías, las perspectivas del idealismo político en el mundo actual.






   A través del diario de un disminuido psíquico que es seleccionado para un experimento que permite triplicar la inteligencia, asistimos primero a cómo su inteligencia le descubre la amarga realidad y le separa de aquellos que creía sus amigos. El nombre alude al ratón Algernon, con el que Charlie compite recorriendo un laberinto.
Fue publicado por primera vez en abril de 1959 en The Magazine of Fantasy & Science Fiction como novela corta y recibió el premio Hugo en 1959. Por su ampliación a novela en 1966 recibió el premio Nebula.








   Arrakis: un planeta desértico donde el agua es el bien más preciado, donde llorar a los muertos es el símbolo de la máxima prodigalidad. Paul Atreides: un adolescente marcado por un destino singular, dotado de extraños poderes, abocado a convertirse en dictador, mesías y mártir. Los Harkonnen: personificación de las intrigas que rodean el Imperio Galáctico, buscan obtener el control sobre Arrakis para disponer de la melange, preciosa especie geriátrica y uno de los bienes más codiciados del universo. Los Fremen: seres libres que han convertido el inhóspito paraje de Dune en su hogar, y que se sienten orgullosos de su pasado y temerosos de su futuro. Dune: una obra maestra unánimamente reconocida como la mejor saga de ciencia ficción de todos los tiempos.


sábado, 12 de mayo de 2012

El higo más dulce.


        



   En este libro, un dentista, que vive únicamente con su perro, recibe la visita de una mujer que llega a su consulta con un terrible dolor de muela, sin dinero en el bolsillo. Para pagarle de alguna u otra forma, le da dos higos y le promete que con ellos sus sueños se harán realidad. ¿Qué ocurrirá?

   Ese mismo día, por la tarde, el dentista engulle uno de los higos, pero el efecto del suculento fruto no lo percibirá hasta la mañana siguiente.

 Mientras pasea a su perro, con el sol elevándose, se da cuenta de que la gente lo mira y se ríe: ¡¡ iba en calzoncillos y en camiseta, y no se había dado cuenta !! En ese mismo instante, se para de golpe, y se acuerda de que todo eso lo había soñado la noche anterior. Y, antes de que sucedan más cosas, se va raudo hacia su casa.

  Cuando llega, se promete a sí mismo que no desaprovechará el segundo higo. Pero, mientras lo busca para comérselo, escucha un ruido, se gira y, enseguida, se percata de que era su perro: ¡se había comido el último!

   El final es sorprendente. Un libro extraordinario; puede ser leído a partir de los 8-9 años de edad. Muy recomendable para todo tipo de lectores.





El higo más dulce, de Chris Allsburg (1949). 




  Entre otros libros, el autor tiene publicados Jumanji  y El expreso polar, ambos llevados al cine con éxito.