martes, 20 de marzo de 2012

¿A qué nos referimos cuando hablamos de educación en la actualidad? Una visión crítica.



         
         

  

   El origen de la educación pública tiene sus raíces en los primeros años del desarrollo de los estados liberales tras la superación de la etapa histórica del conocido como Antiguo Régimen. La nueva clase emergente, es decir, la burguesía, comprendió que necesitaba un vehículo de transmisión de su ideología renovadora, basándose en el “derecho” como base de esa nueva sociedad. La escuela resultaba un medio ideal para transmitir los valores de la propiedad privada, la jerarquía, la necesidad de someterse a una autoridad…

   Sectores sociales pertenecientes a la clase trabajadora no recibieron ni siquiera las nociones básicas de la enseñanza universal, dándose una fuerte falta de alfabetización en los distintos países europeos. Surgen entonces distintas iniciativas dentro del movimiento obrero con el objetivo de llevar a la juventud el conocimiento, el saber, la ciencia y los valores de la solidaridad, el apoyo mutuo, la capacidad crítica…, siempre con el objetivo de formar personas libres y con inquietudes sociales, capaces de cambiar el injusto sistema que les relegaba a meras máquinas de producir.
   Papel muy importante en esta labor tuvieron algunos sectores del movimiento obrero a través de la fundación de las escuelas racionalistas, donde se formaba tanto a jóvenes como a adultos. Son también de gran relevancia las aportaciones en el campo de la pedagogía de importantes teóricos como Ricardo Mella y  Ferrer i Guardia, entre otros.

   No es hasta el desarrollo de la denominada “sociedad del bienestar” cuando la enseñanza se universaliza realmente y llega a prácticamente toda la población de las sociedades desarrolladas. Este proceso puede explicarse por dos causas fundamentales: la necesidad de una clase trabajadora más formada técnicamente para las nuevas tecnologías aplicadas en el campo de la producción y como transmisión de los valores del consumismo, la competitividad y el individualismo, aparte de los valores “clásicos” mencionados anteriormente.

   Actualmente, la labor de la escuela (en todas sus etapas y en todas sus formas, tanto pública como privada) sigue ejerciendo un rol social de transmisión de los valores del sistema. Por un lado encontramos los sesgados conocimientos que persiguen el objetivo de transmitir a los estudiantes la visión “oficial” de la clase preponderante y los valores económicos de ésta. A su vez, encontramos que el vigente modelo educativo no estimula el aprendizaje de seres humanos libres y con capacidad crítica, sino que se enfoca hacia la memorización y el modelo de los exámenes, que lejos de buscar transmitir conocimiento hace de los estudiantes meras máquinas de memorizar que encajen dentro de un modelo de prueba, despreciando todo aquello que no sea “materia evaluable”.

   A su vez, se refuerza el autoritarismo, utilizando a los docentes como figura a la que obedecer y no cuestionar por el hecho de ser “superiores”. El principio de autoridad, es decir, la falsa creencia que defiende la necesidad de tutela y gobierno de las personas por parte de otros seres supuestamente superiores en el campo físico o intelectual se transmite a través de la figura del profesor de primaria, secundaria, universitario... De igual modo, mediante el viejo conocido “estimulo-respuesta” aplicado a través del premio y castigo se deshumaniza la función pedagógica, utilizando los estímulos del miedo o el egoísmo para adiestrar a niños y jóvenes.

   No podemos obviar cómo el sistema de enseñanza sirve como preparación de una masa obediente de mano de obra que, aparte de recibir la pertinente formación técnica, esté a su vez acostumbrada a la rutina y al aburrimiento propio del trabajo asalariado.

domingo, 4 de marzo de 2012

Historia de una maestra

          


  En 1923, Gabriela recoge su título de Maestra Nacional. Es el comienzo de un sueño que la llevará a trabajar en varias escuelas rurales en España y en Guinea Ecuatorial, país africano en el que todavía es oficial el español. 
  Historia de una maestra es la narración, hecha desde la memoria, de la vida de Gabriela durante los años veinte y hasta el comienzo de la guerra civil.
Contada desde la verdad del recuerdo, con sentimientos que apenas nos atrevemos a reconocer y desde una progresiva toma de conciencia, Josefina Aldecoa nos abre un camino a la esperanza y al idealismo. 
  Para Gabriela, la maestra, es importante educar para que sus alumnos tengan conciencia de la justicia.
  Para ella, ser maestra  va más allá del hecho de transmitir conocimientos; se trata de hacer aprender hábitos e ideas.
Quería, por ejemplo, que sus alumnos no sólo supiesen leer o escribir, sino que además se divirtieran haciéndolo. Para Gabriela,  enseñar era también enseñar a pensar, a ser críticos con lo que nos rodea.


La autora


  Josefina Rodríguez nació en La Robla, León, en 1926. Es doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid.
  En los años cuarenta empezó a formar parte de círculos literarios como los de las revistas Espadaña y Revista Española.
  Se casó en 1952 con el escritor Ignacio Aldecoa y tomó el apellido de éste. En 1959, fundó un colegio privado que todavía dirige.
  Su primera publicación es el libro de cuentos A ninguna parte  (1962).
  En 1969, tras la muerte de su marido, hace una selección y edición crítica de los cuentos del escritor, y escribe el libro de memorias Los niños de la guerra (1983).
  En 1990 publica Historia de una maestra, dedicada a su madre, primer volumen de una trilogía compuesta por esta obra y Mujeres de Negro  y  La fuerza del destino.
  Posteriormente se ha dedicado sobre todo a la novela.
Idea central del libro.
  La idea central es el enlace de sucesos importantes dentro de la historia de España unidos a los recuerdos de una maestra republicana.

Un libro muy ameno e interesante. 
El servicio que maestros y maestras hacen a la sociedad es algo importantísimo, vital,  no siempre valorado en su justa medida.

miércoles, 22 de febrero de 2012

La lengua de las mariposas: un cuento de Manuel Rivas.


  

Un poco de historia

   Al iniciarse la década de los años treinta, el sistema educativo español se hallaba en condiciones muy precarias. El Estado tenía una presencia débil, subordinado a la actuación de la Iglesia católica en la enseñanza. La desidia pública se manifestaba en los niveles primarios de la educación, en la discriminación que tenía lugar entre quienes podían cursar el bachillerato y quienes no tenían la posibilidad de estudiar tras la primaria. Francisco Giner de los Ríos decía esto: «De todos los problemas que interesan a la regeneración política y social de nuestro pueblo, no conozco uno solo tan menospreciado como el de la educación nacional». De esta forma, la Segunda República nació con un programa de reforma global del sistema educativo que incluía la construcción urgente de escuelas, la dignificación del maestro con un aumento sustancial de sus retribuciones, el establecimiento de un sistema unitario de tres ciclos, el fomento de una pedagogía activa y participativa y una concepción laica de la enseñanza. Por poner un ejemplo, en cuatro años, entre abril de 1931 y abril de 1935, el número de maestros nacionales pasó de 37.500 a 50.500. La reforma concitó la hostilidad de sectores poderosos de la sociedad española. La Guerra Civil sirvió así para que los franquistas eliminaran la educación como «escudo y defensa de la República».
El 14 de abril de 1931 se proclamó la II República en todo el Estado español, que encarnó la democracia y la modernidad, la libertad, la educación y el progreso, la igualdad y los derechos universales para todos los ciudadanos. Una escuela pública, obligatoria, laica, mixta, inspirada en el ideal de la solidaridad humana, donde la actividad era el eje de la metodología. Así era la escuela de la II República española. De todas las reformas que se emprendieron a partir de abril de 1931, la estrella fue la de la enseñanza.
El 14 de abril de 1931, la República encontró una España tan analfabeta y desnutrida. Y los más ilustres escritores, poetas y pedagogos se pusieron manos a la obra. De pueblo en pueblo, con la cultura ambulante. A la espera de que se aprobara la Constitución, en diciembre, el Gobierno tomó, mediante decretos urgentes, las primeras medidas: se reconoció el Estado plural y las diferencias lingüísticas (se respeta la lengua materna de los alumnos) y al frente del Consejo de Instrucción Pública, que haría caminar las reformas, se nombró a Unamuno.
Se proyectó la creación paulatina de 27.000 escuelas, pero, mientras, los ayuntamientos adecentaron salas donde educar a los niños; y a los mayores. Hubo incluso alguna pequeña en las salas de autopsia de los cementerios. Donde se podía. Entonces las maestras  y maestros desempeñaron un papel primordial, fundamental: enseñaban en sus casas con la subvención del ayuntamiento.
La República se propuso llenar las escuelas con los mejores maestros. Pero los docentes de la época tenían una formación casi tan exigua como su salario. El sueldo miserable de aquellos voluntariosos maestros subió a 3.000 pesetas al tiempo que se organizaban para ellos cursos de reciclaje didáctico. En las Semanas Pedagógicas recibían asesoramiento de los inspectores para aumentar su formación. La carrera de Magisterio, elevada a categoría universitaria, dignificó al fin la figura del maestro. A los aspirantes se les exigió, desde entonces, tener completo el bachillerato antes de matricularse en las Escuelas Normales, donde se enseñaba, entre otras materias, pedagogía, psicología y didáctica, y había un último curso práctico pagado. Se hizo del maestro la persona más culta: eran los intelectuales de los pueblos y, con toda la precariedad en que vivían, ejercieron de una forma digna.
Comenzó a tejerse un sistema educativo que puso el énfasis en el alumno, le hizo protagonista de las clases y de su formación. Los niños salían al campo para estudiar ciencias naturales, se trataron de sustituir los monótonos coros infantiles recitando lecciones de memoria por el debate participativo y pedagógico; los niños y las niñas se mezclaron en las mismas aulas, donde se educaban en igualdad, y se favoreció un tránsito sin sobresaltos desde el parvulario a la universidad. Fue una escuela en la que se educó a los niños atendiendo a su capacidad, su actitud y su vocación, no a su situación económica. La educación pública recibió financiación para ello, y eso era algo que la escuela privada miró con recelo. Todo tenía el aroma pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza, que fue el soporte intelectual en el que se apoyó la República. Aunque diseñó una escuela más laica.

El relato

El relato que nos ocupa, La lengua de las mariposas, es de Manuel Rivas. La totalidad de la obra literaria de este escritor (1957) se desarrolla en lengua gallega, aunque también escribe artículos periodísticos en castellano. Su libro de cuentos ¿Qué me quieres, amor? (1996) incluye el relato La lengua de las mariposas. Su obra se completa con los libros de relatos Ella, maldita alma (1999), La mano del emigrante (2001) y Las llamadas perdidas (2002).
Es autor de tres novelas cortas: Los comedores de patatas (1992), El lápiz del carpintero (1999), Premio de la Crítica española, llevada al cine por Antón Reixa, y En salvaje compañía (1994). Sus últimas obras son El héroe(2006), teatral, y Los libros arden mal (2006), una novela.
En La lengua de las mariposas se tratan temas como la escuela, la amistad, la docencia, la niñez..., aunque también se reflejan algunas miserias del ser humano, todo con un claro trasfondo: la Segunda República española.
Básicamente se plantea la relación entre un adulto y un niño: un viejo maestro, don Gregorio, sabio profesor de primaria, y uno de sus alumnos, Moncho. El maestro se esfuerza por enseñarle con dedicación y paciencia conocimientos de naturaleza, literatura, matemáticas... , pero poco a poco se van distanciando en cuanto a su estrecha relación, pues el contexto que les envuelve hará que maestro y alumno se conviertan casi en unos desconocidos (prácticamente en enemigos).
El cuento explora muy bien la incipiente represión franquista contra los maestros y maestras de la Segunda República, pues suponían un oasis de libertad y libre pensamiento. Todo lo que supusiera conocimiento, inteligencia, libertad o independencia era peligroso para la terrible dictadura que estaba a punto de instaurarse.
Un relato muy interesante.

Algunas fotos de la adaptación cinematográfica.

  

 



viernes, 17 de febrero de 2012

Libro "Maestros de la República"

             


 “MAESTROS DE LA REPÚBLICA. Los otros santos, los otros mártires”. (María Antonia Iglesias )

Éste es un libro que te engancha, te estremece y te conmueve.  Es la historia de once maestros republicanos asesinados por las hordas fascistas, con la connivencia de la derecha recalcitrante y más extrema. Pero esta narración no es sino la muestra de lo que fue el frío exterminio premeditado, planificado y estudiado de los que fueron el firme puntal de los valores republicanos: los maestros de la República.
Cuando la España caciquil y derechona se levanta contra el gobierno de la República, no piensa sólo en vencer, sino en erradicar los valores que ella representaba y que tanto esfuerzo costó implantar en la sociedad. Había que exterminar, destrozar, arrancar de las conciencias el mínimo germen de libertad, solidaridad y respeto por los demás. Esa sería la garantía de la implantación de la obediencia y del miedo que querían imponer y que impusieron durante cuarenta años de cruel dictadura. 
Los entrañables personajes de este libro, republicanos y en un noventa por ciento católicos practicantes, no fueron asesinados más que por algo que cuenta una de los entrevistados por la autora: Pastora Palomo, alumna de Carmen Lafuente, maestra de Cantillana (Sevilla) y fusilada en julio de 1936: “Ellos no querían que los maestros enseñaran porque sólo querían resplandecer ellos, y que los pobres nos muriéramos de hambre y que no aprendiéramos nada los pobres”. En esta afirmación rotunda, sencilla y clara, se encierra la respuesta al por qué de estos asesinatos selectivos. “No querían que  los pobres aprendiéramos nada”. Un obrero, un jornalero culto es un potencial enemigo. No interesa que la clase trabajadora aprenda demasiado. Hay que erradicar el mal y con él a aquellos que lo propagan: los maestros, que además eran en su inmensa mayoría líderes sociales que ayudaban y aconsejaban en sus derechos recién conquistados a los padres de sus alumnos a los vecinos de su pueblo. 
Y así, por poner sólo un ejemplo, no ya de asesinato, sino de crueldad, está el de Arximiro Rico, maestro de Baleira (Lugo): “Lo prendieron y se lo llevaron mientras su madre pedía que lo dejasen. En La Muiña pararon para comer y beber en la taberna de mis abuelos y lo dejaron atado a una argolla que se utilizaba para atar al ganado. Mi abuela intentó darle agua y no la dejaron. Le dieron en cambio unas patadas. Y siguieron bebiendo, probablemente para coger fuerzas. Después se dirigieron por la sierra en dirección a Montecubeiro, que había sido declarada zona de guerra y donde un teniente coronel de la Guardia Civil se encargaba de hacer valer la fuerza del terror. Alguno de los que con él iban hicieron sin esfuerzo parte de la subida, pues subieron a caballo del maestro de San Bernabé. Y en la sierra de Montecubeiro sucedió lo que resulta más estremecedor. Le cortaron los testículos. Le quitaron los ojos. Le cortaron la lengua. Y lo remataron a palos y a tiros de escopeta. Era el primero de septiembre de 1936”

Antes era la oligarquía terrateniente, hoy, son la oligarquía financiera y las grandes corporaciones a quienes les interesa que la clase obrera, la clase trabajadora, carezca de la educación suficiente, para así, poder manipularla a su antojo. Hacer de ella un rebaño sumiso, sin conciencia de sus derechos, atontada por la televisión y engañada por los medios de comunicación, un rebaño manipulable en el que subirse para seguir obteniendo sus pingües beneficios.
Hoy más que nunca es necesario el dotarnos de una Escuela Publica y de unos maestros (profesores de primaria, secundaria, escuelas de adultos...) dignos y valientes capaces de llevar el mensaje de igualdad, fraternidad y cultura para conseguir una sociedad más libre y más justa.

Un libro muy muy recomendable para todos los docentes.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Libro "La fórmula preferida del profesor"

                 


Una historia de amor, amistad y transmisión del saber. 
Auténtico fenómeno social en Japón (millones de ejemplares vendidos) que ha desatado un inusitado interés por las matemáticas. Esta novela catapultó a Yoko Ogawa a la fama internacional en 2004. 
En este interesante libro se nos cuenta delicadamente la historia de una madre soltera que entra a trabajar como asistenta en casa de un viejo y huraño profesor de matemáticas que perdió en un accidente de coche la memoria, mejor dicho, la autonomía de su memoria, que sólo le dura 80 minutos.
Apasionado por los números, el profesor se irá encariñando con la asistenta y con su hijo de 10 años, al que bautiza «Root» («Raíz Cuadrada» en inglés) y con quien comparte la pasión por el béisbol, hasta que se fragua entre ellos una verdadera historia de amor, amistad y transmisión del saber (no sólo matemático). 

Poco a poco se van creando lazos afectivos entre ellos hasta formar una especie de familia, atípica, pero familia al fin y al cabo.
Y a aquellos que al leer la palabra "matemáticas" se echen atrás, decirles que no tienen nada que temer, porque los conceptos matemáticos que se manejan están explicados con sencillez, tal y como se los cuenta el profesor a su asistenta y al niño.
Sin necesidad de que el lector tenga grandes conocimientos matemáticos, la autora es capaz de transmitir la belleza de las matemáticas y de los juegos misteriosos y  maravillosos en los que se enredan los números.

Un libro muy interesante; muy bien escrito.

Recomendado para todos los profesores (primaria, secundaria, escuelas de adultos...)





La autora: Yoko Ogawa