A los niños hay que enseñarles, pero
también hay que educarlos. No es lo mismo enseñar que educar, puesto que
la educación va más allá: tiene que ver con que las personas aprendan a
interpretar el mundo y a dar sentido a las cosas y a la vida. Por eso,
frente al aprendizaje (y en muchas ocasiones, junto con el aprendizaje), la educación se fundamenta en
pilares diferentes, que pretenden formar parte de los cimientos del niño
responsable y libre.
Enseñar tiene que ver más con la transmisión de unos determinados conocimientos (matemáticas, lenguaje, ciencias, música, etc.).
Con bastante frecuencia, los
términos enseñanza y educación se confunden hasta extremos tales que se
usan indistintamente para señalar las funciones y obligaciones que
conciernen exclusivamente a la escuela. No obstante, conviene delimitar y
definir competencias para que ambos términos sean usados con
propiedad. Educar es formar en ideas y creencias,
estimular el espíritu crítico sin caer en el adoctrinamiento; es transmitir valores, como el esfuerzo, el respeto... Educar es enseñar lo que corresponde en derechos y obligaciones por el mero hecho de vivir con otras personas.
La función de educar, para muchos padres, es casi una obligación ineludible de la escuela, de forma que en ella delegan las responsabilidades.
Sin embargo, en esta importante tarea de
educar, la familia es la base, el punto de partida en la transmisión de
valores. En estos tiempos no podemos obviar el hecho de que los valores
están esencialmente relacionados, también, con la cultura de la sociedad y los
medios de comunicación.
Y ser responsable significa,
precisamente, ser capaz de aceptar las consecuencias de las acciones que
llevamos a cabo. Para ello, es necesario haber decidido por voluntad
propia, es decir, si los niños no aprenden por ellos mismos, les será difícil asumir muchas de
las enseñanzas transmitidas por sus padres.
Sin estos espacios de autonomía, difícilmente llegarán a ser
responsables. En esta línea, la imposición carece de sentido educativo y
la obediencia no tiene razón de ser si el niño no comprende por qué ha
de hacer algo. En definitiva, se trata de promover la autonomía del
niño y dejarle actuar con libertad, pero sin confundir esa libertad con
permisividad, puesto que, de lo contrario, estaremos educando niños
irresponsables acostumbrados a hacer y deshacer siempre según su
voluntad.
Los 6 pilares básicos de la educación:
1) Tiempo:
tiempo para pensar qué educación queremos para nuestros hijos y tiempo
para observarlos y explicarles las veces que
sea necesario aquello que no entiendan.
2) Comunicación y diálogo: los niños que aprenden a dialogar desde pequeños tienen más facilidad para comunicarse y comprenderse a sí mismos, y se convierten en personas más autocríticas y responsables. En este proceso es muy importante que el niño aprenda a contar y explicar lo que ha hecho durante el día, pero también lo que siente y piensa acerca de sí mismo, de lo que ve en su entorno y de los demás.
3) Saber interpretar: es muy importante saber interpretar lo que los niños exteriorizan a través de sus palabras, sus juegos y sus conductas, puesto que muchas veces, sin saberlo, están reflejando sus propios temores y deseos.
4) Coherencia: es imprescindible que haya una correlación entre lo que los padres hacen y lo que enseñan a sus hijos. De lo contrario, quedarán desautorizados. No hay que olvidar que siempre son más convincentes las acciones que las palabras.
5) Confianza: los niños y los adolescentes que tienen confianza en sus padres suelen tener una mayor capacidad para resolver sus problemas. Si no se ha dado esa buena comunicación entre padres e hijos para fomentar la confianza de los unos en los otros, lo más probable es que, a la hora de actuar, el niño o adolescente reaccione de manera contraria a cómo lo harían sus padres, manifestándose así su rebeldía.
6) Amor y cariño: sentirse querido da mucha fuerza y seguridad al niño. Por ello, son elementos importantes en la educación la presencia activa de los padres, las caricias, los besos y los abrazos, los juegos y el tiempo que se pasa con los hijos.
Por último decir que no existe una fórmula mágica ni verdades universales para poder
educar a los hijos, sino que cada padre y madre tendrá que hacerse con sus
propias estrategias a partir de su experiencia y de los valores que
pretenda inculcar, sin olvidar nunca la propia personalidad del niño o del adolescente.
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