Los niños y las niñas repiten lo que escuchan, eso sí, filtrado por su sistema lingüístico, que todavía no ha
madurado. Por ejemplo, a un niño al que se le diga “Vamos a ir al parque”, puede repetir “parque” o “ir parque”. La omisión de la
estructura de la frase implica que no es una simple imitación lo que el
niño está haciendo. Además, interpreta el lenguaje a su propia manera.
Otro dato a tener en
cuenta es que las correcciones de los errores por parte de los adultos
se producen pocas veces respecto al total de los mismos. Nadie corrige
al niño de forma constante cada vez que se
equivoca.
Pero si el niño no imita sino que filtra y es corregido poco, ¿cómo se las arregla para aprender gramática?
Algunos investigadores (maestros, pedagogos, psicólogos...) piensan que el ser humano está genéticamente preparado para aprender a
hablar, igual que un pájaro para volar o un pez para nadar. Si esto es así, además, debe
producirse en un etapa limitada de la vida. Sabemos que si un niño no ha
aprendido a hablar en edades tempranas (principalmente por aislamiento de
otros seres humanos), no consigue hacerlo, o lo hace con un dominio menor.
Hay que tener en cuenta que la capacidad para aprender otras lenguas disminuye cuando pasa una cierta edad.
Dotados de manera genética o
no para aprender a hablar, hay que aprender gramática y vocabulario, lo
que requiere estar expuesto suficientemente al lenguaje. Es importante
que los profesores y padres hablen con los niños formulando frases que les sirvan de modelo. Y también dejar que se expresen, sin interrumpir, algo que no se hace frecuentemente cuando el pequeño tartamudea o se
atranca en una palabra, y sin corregirle o corregirle poco.
Los niños y niñas deben hacer sus propios
experimentos lingüísticos. Esto es vital.
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