1- Porque los castigos
enseñan que la conciencia es algo externo, impuesto. Y las razones para
hacer el bien deben estar dentro de uno mismo. Así, minusvaloramos la
capacidad de los niños para cumplir las normas y les hacemos perder
la confianza en sí mismos.
2- Porque enseñan que se deben cumplir las normas para no recibir el
castigo y no porque haya una razón en la propia norma. Por tanto, cuando
desaparezca el castigo, desaparecerá el cumplimiento de la norma.
3- Porque es muy difícil ser justo con los castigos, porque no son
iguales las situaciones. Además, siempre hay un margen de error, el acto
es evaluado y enjuiciado desde fuera y muchas veces falta
información. Por otra parte, los castigos pueden ser injustos porque
inciden en el resultado de una acción y no en la causa que ha llevado a
esa acción.
4- Porque es muy difícil establecer límites en los castigos: a mayor
delito, mayor castigo. ¿Hasta dónde? Si siguen sin cumplir las normas,
¿qué vamos a hacer, matarlos?
5- Porque, una vez cumplido el castigo, la contrición desaparece. Ya
no nos sentimos mal por haber errado, porque hemos pagado. Esto apaga
la propia conciencia.
6- Porque se imponen, nacen del poder, de la fuerza y resultan
humillantes y alienantes. Además de enseñar la ley del más fuerte, no
deja de ser un ejercicio de violencia y la violencia genera violencia.
Como un grito, como un tortazo, un castigo es la prueba obvia de que el
que lo impone se quedó sin argumentos, se siente desarmado y es sólo por
la fuerza que se considera con capacidad para imponer su criterio. Es
el momento justo en que como madre o padre dejas claro a tu hijo que
nunca debió tener tanta confianza en ti:
6.1 No eres alguien a quien confiarle tus errores; puede haber represalias.
6.2 No eres alguien con plena capacidad para dar respuestas y, cuando te quedas sin ellas, eres capaz de reaccionar violentamente.
6.1 No eres alguien a quien confiarle tus errores; puede haber represalias.
6.2 No eres alguien con plena capacidad para dar respuestas y, cuando te quedas sin ellas, eres capaz de reaccionar violentamente.
7- Porque generan rabia y ganas de venganza en el niño. Se bloquea
con esos sentimientos y le impiden aprender que lo que ha hecho no ha
estado bien. Siempre se ven los castigos como algo injusto o
desproporcionado y eso da más motivos para seguir insistiendo, intentando
que no te pillen, a menos que el castigo sea tan duro que no lo haga
por miedo, y una relación basada en el miedo es funesta.
8- Porque el castigo implica culpa, y no queremos niños con sentimiento de culpa, sino con sentido de la responsabilidad.
9- Porque el castigo desvía la atención del niño de su propia acción
(más o menos inadecuada) y la traslada a la acción paterna del castigo.
De ese modo, el niño concentra sus esfuerzos en algún tipo de
venganza o en cómo evitar que le pillen la próxima vez. El castigo
obliga a los niños a ser mentirosos (aprenderán a maquillar sus errores)
y, por tanto, deterioran la relación de confianza con los padres.
10- No deja lugar a actitudes empáticas y ocupa el lugar de una
actitud creativa donde se deberían buscar vías alternativas a la
situación.
11- Busca corregir la conducta, y eso implica una situación de constante “vigilancia” del castigado.
12- Implica una valoración de la persona que hay detrás de esa
conducta (“has sido malo”), con sus correspondientes mensajes, calificativos implícitos y explícitos. En situaciones grupales pone de
manifiesto quién es “mejor” o “peor”.
13- En el caso de los niños menores de 5 años, no pueden ponerse en el
lugar del otro, no son conscientes de las consecuencias y no se dominan, así que el
castigo es injusto puesto que no son responsables.
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