El circo (1928) y Las luces de la ciudad (1931) son dos magníficos filmes para ser visionados por adultos, jóvenes y niños.
En el primero, Chaplin, caballero trotamundos, entra a trabajar en un circo. El gerente de éste es un tipo déspota y autoritario, que maltrata a su hija trapecista. El trotamundos se convierte en la principal atracción circense, aunque él lo ignora. El propietario del circo se aprovecha del recién llegado (le paga un miserable sueldo). Después, el protagonista se enamora de la trapecista, pero, finalmente, sacrificará su amor por la felicidad de la chica.
En esta película se plasman la explotación y los abusos en el mundo de la farándula, dirigido por personas que buscan el beneficio a costa de cualquier cosa; también se habla de los sentimientos no correspondidos.
En el segundo filme, el trotamundos ayudará a una vendedora de flores ciega que vive en la pobreza y, a la vez, se relacionará con la alta burguesía. Esto nos ofrece un panorama con un enorme contraste y una profunda carga de crítica social. En esta cinta podemos ver ternura, poesía, comicidad desbordante, creatividad, lucha contra la injusticia y denuncia del profundo egoísmo de algunos ricos.
Lo que hizo triunfar a Chaplin no fueron las famosas tartas en la cara (humor cercano a lo tosco y chabacano), sino una comedia humana, sutil, creativa y de gestos y miradas ingeniosas y delicadas.
Sir Charles Spencer Chaplin
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